miércoles, 3 de marzo de 2010

DISCURSO EN HONOR DEL DR. SALVADOR NAVARRETE

Discurso en honor del Doctor Salvador Navarrete Gómez durante el homenaje póstumo, el día 06 de septiembre del 2009 por el Sr. Ricardo Mújica Velez.

Distinguida concurrencia, honorables autoridades, organizaciones cívicas, familiares, amigos, visitantes, señores y señoras:

Nos reunimos hoy, 06 de septiembre del año 2009, para conmemorar, justo a un año de su desaparición física, a un hombre emblemático de Rodríguez Clara: al amigo inolvidable, el Doctor Salvador Navarrete Gómez, que en paz descanse. Debo agradecer el honor de ser invitado como orador en éste acto, que significa para todos nosotros, - estoy seguro-, el mas sincero homenaje a un hombre ilustre de nuestro pueblo, sepultado hace un año en nuestro Panteón Municipal, donde duerme el sueño eterno, en compañía de nuestros padres y seres queridos. Al respecto, recuerdo una frase de Salvador: “Somos hijos de la Madre Tierra y a ella debemos volver, como al Seno Materno Universal”.

Recordamos a Salvador Navarrete Gómez, desde sus años mozos, como estudiante de medicina en la Universidad Nacional Autónoma de México, como dirigente de los jóvenes alumnos y más tarde como Médico titulado y luchador social, consejero de campesinos y ciudadanos humildes, promotor de causas justas y después de ejercer una Agencia Municipal, la coronación de su obra política: la conquista en los años sesenta, del Municipio Libre para Rodríguez Clara, con peligro de su propia vida. No olvidemos el vil atentado en que fue herido y en el cual resultó muerto su íntimo colaborador, el joven Maurilio Cortés, de grata memoria. Cabe aquí una sutil pregunta: ¿Fue Salvador Navarrete un hombre político?

Yo diría que si, aunque un político “Sui géneris”, Amigo de políticos profesionales y gobernantes, que en varias ocasiones recurrieron a sus experiencias y consejos.

No se dejó seducir por “el canto de las sirenas” y desechó prebendas y cargos aleatorios, para dedicarse a su verdadera vocación: la atención médica y el apoyo moral a los seres más desprotegidos y de menores recursos en la sociedad del campo, fiel a su origen, recordando a Salvador como nativo de una comunidad rural de este municipio, El Blanco, donde hasta hace 6 años dejaron de reposar en el panteón de ese lugar, varios miembros de su familia.

Puede fijarse en 1950 el parte aguas, la lenta transformación de Rodríguez Clara, con el regreso de Salvador para ejercer su profesión médica. De un pueblo atrasado, insalubre y peligroso, nuestro hombre agitó los vientos de la regeneración social, la reconstrucción de la escuela primaria y otras obras públicas de vital prioridad. Y sobretodo, promovió la concientización ciudadana, el asumir “la vida como una onda de progreso y no como una estéril quietud de pantano”.

Convencido de su idealismo, Salvador pugnaba por la educación de los niños, por el ascenso de su pueblo y la redención de los campesinos y los marginados de la tierra, soñaba con la honestidad de los funcionarios públicos y la ayuda a los más necesitados por la vía del trabajo remunerado con justicia. Discípulo espiritual de José Martí, el gran prócer Cubano, lo visité una vez cuando leía un poema, el cual me repitió:

Cultivo una rosa blanca
en junio como en enero,
para el amigo sincero,
que me da su mano franca,
y para el cruel que me arranca
el corazón con que vivo,
cardo mi ortiga cultivo,
cultivo una rosa blanca.

Sufrió sus problemas y tuvo sus rencillas, pero nunca me habló con odio de sus opositores, solo deploraba las causas de sus indiferencias, para él, así me expresó varias veces, toda persona, hombre o mujer debía ser “un ente al servicio de la sociedad”

También ejerció ocasionalmente el periodismo en diversos diarios de ciudades importantes, sobre variados temas históricos y culturales. En el ámbito loca y con motivo de su campaña por el municipio, sacó a luz varias publicaciones en que llamó a colaborar a sus partidarios y los que encabezaba siempre con un aforismo de Martí: “Toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz”,

Otra pasión en su vida fue la cría y peleas de gallos finos. Se ufanaba de sus “relaciones internacionales” con prominentes criadores y galleros de Cuba, Guatemala, España y otros países, le mandé un poema al gallo de Xavier Sorondo:

“El gallo prende su canto
en la parcela contigua,
labrada en coral la cresta
como una peineta antigua
con su guitarra de plumas
y el paso de perlesía
a la compañera abruma,
y en el erótico alarde
es una calcomanía
sobre el cristal de la tarde”

Le gustó mucho y lo insertó en su periódico. Luego me dijo: “me regalaste un gallo en verso”.

Mi amistad y relación con Salvador Navarrete fue de toda la vida. Tenía yo menos de veinte años y ya había emigrado de éste mi pueblo, cuando se casó un hermano mío, quien olvidó un certificado médico indispensable y hube de correr a ver a Salvador, en busca del documento. A la vez y con las prisas olvidé invitarlo a la boda, pero afortunadamente ya estaba invitado y asistió al festejo. Así se inició una amistad que duró casi seis décadas y que sigue existiendo en planos distintos de “la cuarta dimensión astral”.

Salvador vivió una vida azarosa y heroica. Después del atentado de 1961, que estuvo a punto de costarle la vida, fue azotado por la adversidad en varias ocasiones, hasta sobrevenir la espantosa tragedia familiar de 1980, que mas vale no evocar. Pero él era hombre fuerte y supo sobreponerse a la desgracia. De ese tiempo data una frase que le puse en una carta y que él recordó siempre: “No importa cuán estrecha sea la puerta –y que me halle abrumado de castigos; -¡soy capitán triunfante de mi estrella- y el dueño de mi espíritu!”.

Después de la tormenta, la nave de Salvador Navarrete arribó a puerto feliz con su esposa Lupita y el advenimiento de su hijo Benito, ahora médico y posible sucesor de un padre filantrópico. La noche quedó atrás y una nueva aurora despunta sobre nuestro pueblo y sobre ésta familia insigne que vive con un grato recuerdo, “porque recordar es volver a vivir”.

Señoras y señores, los seres humanos mueren cuando son olvidados, pero los inolvidables no mueren nunca, pues viven en el recuerdo y el corazón de sus contemporáneos. “El olvido no alcanzará jamás a un Hijo y Paladín Predilecto de Rodríguez Clara: el Doctor Salvador Navarrete Gómez”.


J. Rodríguez Clara, Ver., a 06 de septiembre del 2009.


Muchas gracias


Ricardo Mújica Velez.

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