martes, 14 de diciembre de 2010

COLON, NAUFRAGO HACIA EL OLVIDO


Este escrito apareció en un periódico de San Andrés Tuxtla con la siguiente nota:


ENVIO: Aprovecho el conducto de este ilustre periódico de provincia,
EYIPANTLA, símbolo de lo autóctono en la bella región de Los Tuxtlas,
para solidarizarme con todos los Indígenas de México, que en marchas -
luctuosas desfilaron por las calles de distintas ciudades en recuerdo y homenaje silencioso que ordena el pensamiento y el corazón, para los caídos hace 500 años. Yo no soy nadie, sólo un simple Médico que nació para curar, no para cobrar a esos "POBRES DE LA TIERRA" que jamás dormirán en “un hotel de cinco estrellas” ni asistirán a una perfumada sala de concierto.

Decía Martí que “PARA DECIR VERDADES NINGUNA VOZ ES DÉBIL”; por eso pido la reivindicación de nuestros Indígenas, borrando el nombre en calles y monumentos de aquellos verdugos de nuestros antepasados.



Si yo pudiera, a la calle de Hernán Cortés del Puerto de Veracruz, le pondría José Luis Melgarejo Vivanco; a la ciudad de Alvarado, solamente Generosa para que no lleve el nombre del criminal más sanguinario que haya pisado tierras de este mundo; y también en la placa reciente, quitaría al cantante Español Placido Domingo, para poner a Jorge Negrete.
Gracias para los que me lean y entiendan la sinceridad de mis palabras y pensamientos.


COLON, NAUFRAGO HACIA EL OLVIDO



Dr. Salvador Navarrete Gómez.

Todos sabemos que Cristóbal Colón fue un Marino Genovés un tanto oscuro y desconocido, hasta antes de llegar a los Reyes Católicos de España.
-Fernando e Isabel-, en su afán de llegar, inspirado en los relatos de su paisano Marco Polo, a la India, a la Isla de Cipangú o del Japón, donde creía que las calles estaban pavimentadas con placas de oro.
Hombre que vivió más sobre el agua que en la tierra, se valió de Juan Pérez Maytorena, Prior del Convento de La Rábida y viejo Asesor de los Reyes de España, para entrevistarse con ellos y exponerles sus propósitos; pero nombraron consejeros de La Corte para oír a Colón, valorar la empresa que deseaba emprender, y el informe fue negativo porque dijeron los consejeros que Colón era "un mendigo que ponía a los Reyes condiciones de rey". y fue cierto, porque después que la Reina Isabel "empeñó sus joyas"
para financiar su viaje a tierras desconocidas, exigió el título de Almirante, Virrey de todas las tierras que serían de España y el diezmo, de por vida, para él y todos sus descendientes. Con esto Colón, anticipadamente, demostraba su ambición desmedida por los bienes materiales.
El 13 de agosto de 1492 salió del Puerto de Palos con 120 hombres en “Las Tres Carabelas”, cuyos nombres aprendimos en la escuela: La Pinta, La Niña y La Santa María; con mar tranquilo y olas coronadas de blanca espuma salieron ante la expectación de muchos que fueron a despedirlo, pero pensando que no regresarían. Colón iba en La Santa María que era la más grande y los Hermanos Pinzón, connotados marinos, en La Pinta, con tanto o más ambiciones que Colón.
Las peripecias de la travesía trasatlántica es el mismo relato de la historia y de sus biógrafos que coinciden en lo mismo; pero es justo mencionar que la mayoría de su tripulación, cobarde y llorona en el mar, fue cruel y tirana con los nativos de las Islas del Caribe. Antes de, llegaron a maldecir y amenazar a Colón, cuando pensaban que navegaban en un océano sin fin.
Pero les volvió la alegría y la confianza cuando vieron volar un pájaro, que lógicamente, no podía vivir sobre el agua, y un cangrejo, que más tranquilo que ellos, viajaba en el cogollo de una planta.


Fue hasta el 12 de octubre de 1492, cuando todos gritaron: ¡TIERRA! al oír el cañonazo que estalló en La Pinta como lo había ordenado Colón, y todos de rodillas rezaron dando gracias a Dios.
Desembarcó Colón pensando que había llegado a un archipiélago que custodiaba la entrada de La India, continente que siempre soñó rico en oro y piedras preciosas pero no, eran islas del Caribe guardianes del continente que nunca conoció. Seguido de los Hermanos Pinzón, arrodillándose para besar la arena Virgen de la Isla que le dio el nombre de San Salvador; ahí derramó lágrimas de alegría, que más tarde serían de luto y tristeza en los ojos de aquellos seres bondadosos y nobles dueños de esas tierras que más tarde les arrebatarían aquellos de piel rosada, pero sucios, que creían Dioses. Colón, obstinado con La India, les dio el nombre de Indios y salvajes cuando los paseó por España en Carnavalesca comparsa.
Los nativos ante aquellos hombres extraños, unos por temor se alejaron y otros por curiosidad llegaron ante ellos para platicar con señas que se traducían en pan y oro. Así eran los hombres "rosados", como les llamaba Belfrage en su gran Novela Histórica “MI AMO COLÓN”, donde el narrador es uno de los vencidos, Yayael o Diego Colón, intérprete y paje del almirante, quien en señal de amistad, siempre recibió de los caciques, aves de hermosos plumajes, pan cazabe y bandejas de oro con que se adornaban sus mujeres. Ahí se dio cuenta de la nobleza de ellos y distinguiéndolos como una raza distinta a las demás que había conocido.
Fray Bartolomé de las Casas transcribe palabras de Colón en el primer viaje a Las Indias:
"Ellos andan todos desnudos como su madre los parió y también las mujeres y todos los que vide eran macebos, que ninguno vide era más de treinta años; muy bién hechos, de muy hermosos cuerpos y muy hermosas caras. Yo a mi partida me llevaré seis para que aprendan a hablar. No vide ninguna bestia, solo papagayos en esta isla".
Después de comprobar Colón de que en la isla que había colmado de besos tenía poco oro, su avidez lo llevó a explorar las demás, eligiendo Cuba, la más grande y hermosa. "Esta es la isla más bella - -decía Colón - - que mis ojos hayan visto, y para vivir siempre porque aquí no se conciben el dolor ni la muerte". Sólo jardines con flores de rico perfume, limonares y aves raras encontró Colón en Cuba. No hubo oro, pero los hombres rosados hallaron y aprendieron a fumar tabaco que en 500 años no se deja ni se olvida.


Es por demás mencionar los desmanes de su hermano Bartolomé, Alonso de Ojeda, Roldán y mismo Colón que imponían severos castigos a los Indígenas que no les llevaban oro a cambio de objetos baladíes, violaciones a mujeres indígenas y el deshonroso comercio de seres humanos. Por eso, aquel Cacique bondadoso que auxilio a Colón y colmó de regalos, prefirió huir a la montaña para no vivir en la esclavitud.
Colón conquistó la gloria que a 500 años de distancia se devalúa y olvida porque abrió el camino para aquellos, que más tarde, conquistaron, saquearon las riquezas naturales y destrozaron la cultura y religión de pueblos del Nuevo Mundo, que tal vez, con su sangre pura fueran más grande.
¿Sería castigo divino que Colón muriera de enfermedad que lo martirizó tanto como la ingratitud? Pero su efigio perdura en piedra y bronce y glorificado en las páginas de la que siempre escriben los vencedores. En América estamos los vencidos que circula en nuestras venas sangre de Cuauhtémoc, Atahualpa y Calpulicán que fueron torturados y sacrificados por los temibles saqueadores y criminales que llegaron por el mismo camino de Colón: Cortés, Pizarro, Hurtado de Mendoza y Pedro de Alvarado, el más sanguinario de todos.
A Cristóbal Colón no lo odiamos, pero se va olvidando desde que al Nuevo Mundo que él descubrió, le pusieron el nombre del barrigón Americo de Vespucio.

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